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lunes, 6 de octubre de 2008

ΑΡΧΑΙΟΛΟΓΙΑ, αρχαιολογία (arjeología)

Arqueología: Ciencia que estudia lo que se refiere a las artes, a los monumentos y a los objetos de la antigüedad, especialmente a través de sus restos.

Todos los que hemos viajado en avión después de los atentados del 11-S hemos sufrido el incremento de medidas de seguridad en los aeropuertos. Ahora, antes de emprender un viaje en avión, tienes que ponerte a pensar muy seriamente lo que llevas en tu equipaje de mano. Ya no vale coger el bolso que utilizas siempre y salir corriendo. No, de repente te sabes de memoria cuántos mililitros tiene tu colonia, si la crema de manos es suficientemente pequeña y si el cortaúñas está guardado en el neceser de la maleta que has facturado.

Cuando viajas a menudo, como yo, te vas dando cuenta de en qué cosas se han ido volviendo más permisivos con el tiempo. En el vuelo que yo más habitualmente hago, Atenas-Madrid-Atenas, hace mucho que no me exigen abrir cada biberón o cada termo con comida para las niñas. Y no les llama nada la atención mi tarjeta multiuso Vitorinox, con sus mínimas tijeritas y el cuchillito tan mono, que suelo llevar en la cartera.

En mi último viaje, además del Atenas-Madrid, también hicimos Madrid-Londres-Madrid. En Barajas todo normal. Aunque llevaba mi neceser en el bolso de mano, casi todos los botes cumplían con la normativa, y no me hicieron que los metiera en una bolsa aparte (ya iban en una bolsa, debieron pensar mis compatriotas).

Pero no todo iba a ser tan fácil a la vuelta. En el aeropuerto de Londres me dijeron que me quitara los zapatos para pasar por el arco de detección de metales. No es que me fastidie especialmente una u otra medida de seguridad, pero me molesta mucho que no se aplique a todo el mundo por igual. En la fila a mi izquierda, no les hacían quitárselos. Así que ya me empecé a calentar.

Pasaron mi maleta por el escáner y la apartaron a un lado. O sea, que me iban a tocar las narices con algo. Y en seguida se me vino a la cabeza: la tarjetita multiuso.

Me hicieron esperar mientras chequeaban la maleta del joven que iba delante de mí: llevaba 60 teléfonos Nokia en el equipaje de mano, todo súper ordenadito: por un lado los teléfonos, por otro las cajas plegadas, los manuales, las baterías, los cargadores… y debía ser legal, porque le dejaron pasarlo, eso sí, tras hacerle sacar absolutamente todo de la maleta (y dejárselo fuera, porque ellos sólo sacan, no colocan). Y los demás esperando.

A mis espaldas, un norteamericano empezó a dar patadas a la bolsa donde llevaba su ordenador porque el celo de los agentes británicos le había hecho perder el avión (“otra vez”, decía el pobre hombre y claro, ahora se retrasaría para todos, porque tendrían que sacar su equipaje).

Tras casi quince minutos de espera (menos mal que habíamos ido con tiempo), llegaron a mi bolsa. Lo sacaron todo, pero todo. Después de seleccionar unos cuantos artículos, la señorita, que a juzgar por su rictus, había pasado muchas navidades, pero pocas “noches buenas”, fue colocando en una bandeja todos los elementos “sospechosos” que había en mi equipaje: mi monedero (con la tarjetita dentro), mi bolsa de pinturas, mi i-pod… y en otra lo que le parecía seguro: el paraguas plegable, los zapatos, la Nintendo… Me tendió un biberón con agua y me conmino a que lo probara. Lo hice. Volvió a pasar la bandeja “maldita” por el escáner y otra vez fue desechando las cosas hasta quedarse sólo con mi monedero.

Ahora ya no me daba la gana colaborar, claro, así que tuvo que mirar cada bolsillito de mi cartera (y soy de las que adoran las carteras de tamaño familiar con bolsillos, subbolsillos y requetebolsillos) hasta que encontró la tarjetita. Blandiéndola en la mano como si hubiera encontrado un arma nuclear, me espetó: You are NOT allowed to carry THIS in a plane (NO se le permite llevar ESTO en un avión). Intenté decirle que qué podía hacer yo con unas “armas” de ese tamaño, pero ella ya se dirigía a tirar mi preciada herramienta a una papelera (seguro que luego la saco y se la quedó la muy…).

Me dieron ganas de decirle. “Pero tía tonta, si no te has dado cuenta de que el biberón lleva la tapa interior puesta y podría ser líquido explosivo, porque no he bebido NADA” o “Pero so mema, no ves que si quiero secuestrar el avión amenazando a una azafata lo puedo hacer con cualquiera de las varillas de mi paraguas plegable, o incluso con el cuchillo que me van a dar y que es de verdad porque vuelo en business” (han debido hacer un estudio y llegar a la conclusión de que los pasajeros de business no utilizarán los cuchillos como arma (¿?)). Pero preferí callarme para no liarla y sobre todo para que nos diera tiempo a hacer unas compras. Eso sí, me pasé un buen rato, para desesperación de mi marido -que insistía en que sólo cumplían con su deber-, jurando en arameo y maldiciendo a la Pérfida Albión.

¿Y qué tiene que ver todo ésto –os preguntaréis- con la palabra “Arqueología”?

Pues directamente, nada, pero con la mala leche que he vuelto de Londres, y aún no siendo griega, me he metido en Facebook y me he hecho miembro del grupo: “Si queréis que os demos nuestra llama olímpica, devolvednos los mármoles del Partenón”.

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