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martes, 4 de mayo de 2010

BΕΛΟ, βέλο (vélo)

VELO: 1. m. Cortina o tela que cubre algo.
2. m. Prenda del traje femenino de calle, hecha de tul, gasa u otra tela delgada de seda o algodón, y con la cual solían cubrirse las mujeres la cabeza, el cuello y a veces el rostro.
3. m. Trozo de tul, gasa, etc., con que se guarnecen y adornan algunas mantillas por la parte superior.
4. m. velo de uno u otro color que, sujeto por delante al sombrero, cubriendo el rostro, solían llevar las señoras.
5. m. Manto bendito con que cubren la cabeza y la parte superior del cuerpo las religiosas.

A lo largo de mi vida, me ha dado por llevar las más variadas prendas encima de mi cabeza. Hubo una época siendo muy jovencita, en la que descubrí una gorra madrileña de mi padre y me la colocaba con la visera hacia atrás (años después se puso de moda) ante la juerga de mi progenitor, que me advertía que tuviera cuidado por si tenía un accidente (entonces me movía en un Vespino y el casco no era obligatorio) y al ayudarme me daban la vuelta a la cabeza pensando que se me había descolocado. En verano, muchas veces, iba al instituto (que era público) recogiéndome el pelo en un pañuelo, cuya forma variaba teniendo en cuenta el resto de mi indumentaria: a veces en plan campesina, a veces en plan pirata, a veces como si viniera de pintar mi habitación. Los sombreros siempre han sido parte de mi vestuario porque me encantan, porque tengo la suerte de que me sienten bien, y porque nunca me ha gustado llevar paraguas. Aprendí además, con el tiempo, que el sombrero era considerado un complemento más en la mujer, y por eso el protocolo no obligaba a quitárselo cuando se estaba a cubierto, como pasaba con el de los hombres.

En la universidad coincidí con muchas otras chicas y chicos a los que les gustaba llevar pañuelos y sobreros, y con otros que llevaban el pelo morado, o peinado en una cresta, o afeitado, o con rastas. Si llamaba mucho la atención, el profesor podía hacer algún chiste, o podías ser el blanco de las bromas de los compañeros. Pero nunca invitaron a ninguno de ellos (de nosotros) a quitárselo, a cambiarlo o a abandonar la clase si no se ceñía a la invitación.

Por eso no entiendo muy bien toda la polémica que un día sí y otro también se monta con el tema del velo de las mujeres musulmanas. Los que me leéis habitualmente sabéis que a mi la religión y sus demostraciones me gustan tirando a poco, pero ¿no nos estamos pasando un poco? ¿no le estamos dando una importancia que realmente no tendría que tener? Leo por una parte el caso de Nawja, la niña que ha tenido que cambiar de instituto en Madrid, por negarse a quitarse el velo al entrar en clase. Y por otro lado, las declaraciones de Fátima Mohamed, edil del PP en el pueblo de Gines, que ha dimitido porque se queja de que el partido ha utilizado su velo para vender la integración. Por lo visto, y según sus palabras, mitin al que esta edil musulmana iba con velo, tocaba posado. O sea, que está bien o está mal, según y cuándo ¿no?

A mi me parece bien que los países laicos intenten evitar, para temas oficiales, las prendas de origen religioso que ocultan la cara y pueden llevar a equívocos, igual que no te permiten presentar una foto para el pasaporte en la que lleves unas gafas de sol.

¿Pero realmente un simple velo juega un papel tan determinante como para que haya que prohibirlo en un colegio? Yo, por ejemplo, tengo una vecina musulmana, que viene con frecuencia a casa a que sus hijas jueguen con las mías y siempre lleva un hiyab en la cabeza (normalmente a juego con el vestido y de unos colores preciosos). A mis hijas nunca les ha parecido ni raro, ni demasiado llamativo, porque jamás me han hecho ningún comentario al respecto. Sin embargo recuerdo lo que me preguntó la mayor, cuando nació su hermana, al ver el crucifijo que colgaba de la pared de la habitación del hospital: Mamá, ¿y ese señor por qué está así?.