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viernes, 14 de mayo de 2010

ΔΙΔΑΚΤΙΚΟΣ, διδακτικός (didaktikós)

DIDÁCTICO: didáctico, ca. (Del gr. διδακτικός). 1. adj. Perteneciente o relativo a la enseñanza.
2. adj. Propio, adecuado para enseñar o instruir. Método, género didáctico Obra didáctica
3. adj. Perteneciente o relativo a la didáctica. Apl. a pers., u. t. c. s.
4. f. Arte de enseñar.

Hoy es viernes, y en este bello país, tan castigado últimamente por la crisis, las revueltas y el clima de mosqueo generalizado, luce un sol que invita a olvidarse de las penas y pensar en las vacaciones, que están próximas y que nos van a venir a todos genial.

Pensando precisamente en eso, en las vacaciones, he decidido ponerme hoy un poco didáctica, y olvidarme de quejas, críticas y malos rollos. Hoy he decidido dar unos cuantos consejos a todos aquellos que decidan pasar el verano por estos lares, y en especial a aquellos que quieran circular en coche por el país. (Y creedme, al margen de la actualidad económica internacional, visitar este país sigue valiendo la pena, y mucho.)

El tráfico de Atenas, como todo el mundo sabe, es caótico, y además, cuenta también con una serie de particularidades que conviene conocer, a saber:
  1.     Las rotondas. Al contrario de lo que pasa en casi todos los demás países europeos –por lo que yo conozco- aquí, en las rotondas, no tiene la preferencia el que circula por ellas, sino el que se va a incorporar. Esto es así por ley, no es que los griegos hayan decidido saltarse la regla a la torera. Así que si circuláis por una rotonda, acordaros de pararos cuando haya algún coche que quiera entrar en ella.
  2.   El arcén. Esto, sin embargo, si que es fruto de la idiosincrasia helena: En los días en los que hay mucho tráfico en cualquier carretera del país, veréis que el arcén es utilizado, con toda tranquilidad (e incluso a la vista de la policía) como un carril más. Cabrea mucho ver cómo te adelantan por la derecha cuando tú estás parado en tu carril como dios manda, pero parece que es un uso generalizado. Así que paciencia y cuidado.
  3.   Incorporarse a una calle. En el resto del mundo, cuando quieres incorporarte a una calle y tienes que ir hacia la izquierda, normalmente esperas a que no vengan coches en ninguno de los dos sentidos, y entonces ahí vas tú… pues aquí no, aquí esperas a que no venga nadie por tu izquierda, y cuando eso ocurre, con cuidado, pero también con determinación, te plantas en medio de la calle, incluso parando la circulación, hasta que a) no venga nadie por el otro lado o b) algún conductor de buena fe te deje pasar. Mientras que esperas a que eso ocurra, hacer oídos sordos a los que te puedan estar pitando (la verdad es que no ocurre mucho, todo el mundo está de lo más acostumbrado).
  4.   Los motoristas. Yo he sido motorista muchos años en España, y cuando veía que un coche se apartaba amablemente para dejarme espacio para pasar entre los dos carriles (cuestión que, aprovecho para decir, no se debe hacer, una moto debería circular como un coche, pero entonces ¿cuál es la ventaja de ir en moto si no te puedes saltar el tráfico?) . Pues en España, digo, cuando eso ocurría, yo agradecía el gesto con la mano y pasaba con cuidado. Aquí no. Aquí, si no te apartas: a) te pitarán insistentemente para que lo hagas b) intentarán pasar igualmente con el consiguiente riesgo para tus retrovisores y tu carrocería  o c) te gritarán de todo (y encima en griego) o te darán un buen palmetazo en la ventana dándote un susto de muerte ya que probablemente, tú no te habrás dado ni cuenta de que venía un motorista. Así que, vista al retrovisor y a seguir la regla del “más vale prevenir que curar”.
Seguro que me olvido de muchas otras, pero éstas son las más comunes. Así que ya sabéis: A intentar olvidarse un poco de los problemas y a organizar unas vacaciones en Grecia. Aquí os esperan un mar de lujo, unas islas de cuento, una “jartá” de piedras que rezuman historia y un pueblo que, aunque ande ahora un poco cabreado, sigue siendo hospitalario, amable y amante de la diversión. Bueno, y además, (recordatorio a los amigos) también estoy yo.

jueves, 6 de mayo de 2010

ΠΟΛΕΜΙΚΟΣ, πολεμικός (polemikós)

POLEMICO: 1.Perteneciente o relativo a la polémica.
2. adj. Dicho de alguien o de algo, que provoca polémicas ( controversias).
3. f. Arte que enseña los ardides con que se debe ofender y defender cualquier plaza.

Ya estamos otra vez en la portada de todos los periódicos del mundo. Huelga tras huelga, y manifestación tras manifestación. Desde que salió a la luz la verdadera situación de las finanzas griegas, esto ha sido un no parar. Hasta ayer, las preguntas desde España eran ¿cómo va lo de la crisis por allí?. A partir de ayer ya es ¿estáis bien? ¿corréis peligro?... Pues a saber. Depende de la suerte que tengas.

Ya se sabía, desde que empezó todo, que las medidas que el gobierno tendría que tomar para poner al país en vías de solución, iban a ser polémicas. Pero yo confiaba en la cosa fuera más por la segunda acepción, o sea, la de las controversias, que por la que realmente se esconde detrás de el origen griego de la palabra, es decir, de manera bélica.

Ayer los “trabajadores” volvieron a liarla. Y permitidme lo de las comillas, porque entre toda la gente que salió a las calles, trabajadores reales, había pocos. Por una parte estaban los funcionarios, que, aunque sólo haya que juzgar por la cantidad de huelgas que están haciendo, se ve que, trabajar, lo que se dice trabajar, poco. Por otro lado, están los de siempre: los violentos, los que lo pasan bien armando jaleo.

Los primeros, los trabajadores del Estado, están cabreados porque las medidas de austeridad les afectan especialmente. ¿por qué? ¿les tiene manía el gobierno?. Pues no, lo que pasa es que son muchos, y con un número demasiado elevado de gente que simplemente no hace nada. Reconozco que no cuento con información muy fidedigna sobre el tema, sino que hablo, o de lo que yo he visto, o de lo que oigo. Lo que yo sé, por ejemplo, es que cuando Olympic Airways quebró, y fue vendida a un banco, a los empleados que no entraban en los nuevos planes de la aerolínea no les mandaron al paro, no: les hicieron funcionarios.  Hala, a casita, y a cobrar del Estado. O que cuando vas a aduanas te pasas horas de ventanilla en ventanilla donde hay un señor (uno no, cientos) cuyo trabajo consiste únicamente en ponerle un sello a tu papel. ¿Y los popes?, porque aquí los curas también son funcionarios (ver artículo en AtenasDigital sobre la financiación de la Iglesia Griega). Cuando hablas con gente de aquí, te cuentan que hay funcionarios que trabajan sólo tres días a la semana porque hay demasiados y no hay trabajo para todos. ¿Por qué te crees que hay tanta gente sentada en los cafés griegos a todas las horas del día?, me dicen, ¿Crees que son parados, teniendo en cuenta que un café te cuesta al menos cuatro euros?.

Está claro que a nadie le gusta apretarse en cinturón. Y entiendo perfectamente que anden molestos por los tejemanejes económicos de sus dirigentes. Pero como decía Papandreu ayer en el parlamento, hay que dejarle de dar vueltas a quién ha tenido la culpa de llegar a esta situación e intentar arreglarla. Y le pese a quien le pese, sólo hay una manera: austeridad y reorganización de lo que, a todas luces, está pésimamente organizado.

Hoy he leído las declaraciones que ha hecho al periódico El País, el Comisario de comercio de la Unión Europea, Karel De Gucht, que reconoce que “sabíamos que Grecia nos estaba engañando”. El belga no quiere mirar en casa, la Comisión Europea, en busca de responsables y añade que “en 2003 y 2004 la Comisión quiso mandar inspectores a Atenas, a lo que se opusieron los gobiernos de la Unión”.

O sea, que el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Pero lo triste es que están los otros, los que se unen a las protestas casi con el único fin de hacer precisamente eso: tirar piedras –o cócteles molotov- aún sin darse cuenta de que los están tirando sobre su propio tejado.

Me lo explicaba muy clarito la dueña de una tienda en la que entré justo después de que se marchara un enlace sindical que había ido a recomendar a la señora que cerrara el día de la huelga. “¿Pero qué ganamos con cerrar?, decía, ¿no se dan cuenta de que si cierro no vendo, y si no vendo no gano dinero y no podré pagar a los empleados, y entonces los tendré que echar?”

De Gucht dice: “Tiene que haber disciplina. Si no la hay, antes o después se paga el precio”

Tres personas lo pagaron ayer, y bien caro. Hay más de 10 heridos de los que al menos dos están muy graves. Mi pésame a las familias de los fallecidos. Mi pésame a este país que, aunque presume de habérnoslo enseñado todo en materia de democracia, hoy tiende a no estar a la altura de las circunstancias.

martes, 4 de mayo de 2010

BΕΛΟ, βέλο (vélo)

VELO: 1. m. Cortina o tela que cubre algo.
2. m. Prenda del traje femenino de calle, hecha de tul, gasa u otra tela delgada de seda o algodón, y con la cual solían cubrirse las mujeres la cabeza, el cuello y a veces el rostro.
3. m. Trozo de tul, gasa, etc., con que se guarnecen y adornan algunas mantillas por la parte superior.
4. m. velo de uno u otro color que, sujeto por delante al sombrero, cubriendo el rostro, solían llevar las señoras.
5. m. Manto bendito con que cubren la cabeza y la parte superior del cuerpo las religiosas.

A lo largo de mi vida, me ha dado por llevar las más variadas prendas encima de mi cabeza. Hubo una época siendo muy jovencita, en la que descubrí una gorra madrileña de mi padre y me la colocaba con la visera hacia atrás (años después se puso de moda) ante la juerga de mi progenitor, que me advertía que tuviera cuidado por si tenía un accidente (entonces me movía en un Vespino y el casco no era obligatorio) y al ayudarme me daban la vuelta a la cabeza pensando que se me había descolocado. En verano, muchas veces, iba al instituto (que era público) recogiéndome el pelo en un pañuelo, cuya forma variaba teniendo en cuenta el resto de mi indumentaria: a veces en plan campesina, a veces en plan pirata, a veces como si viniera de pintar mi habitación. Los sombreros siempre han sido parte de mi vestuario porque me encantan, porque tengo la suerte de que me sienten bien, y porque nunca me ha gustado llevar paraguas. Aprendí además, con el tiempo, que el sombrero era considerado un complemento más en la mujer, y por eso el protocolo no obligaba a quitárselo cuando se estaba a cubierto, como pasaba con el de los hombres.

En la universidad coincidí con muchas otras chicas y chicos a los que les gustaba llevar pañuelos y sobreros, y con otros que llevaban el pelo morado, o peinado en una cresta, o afeitado, o con rastas. Si llamaba mucho la atención, el profesor podía hacer algún chiste, o podías ser el blanco de las bromas de los compañeros. Pero nunca invitaron a ninguno de ellos (de nosotros) a quitárselo, a cambiarlo o a abandonar la clase si no se ceñía a la invitación.

Por eso no entiendo muy bien toda la polémica que un día sí y otro también se monta con el tema del velo de las mujeres musulmanas. Los que me leéis habitualmente sabéis que a mi la religión y sus demostraciones me gustan tirando a poco, pero ¿no nos estamos pasando un poco? ¿no le estamos dando una importancia que realmente no tendría que tener? Leo por una parte el caso de Nawja, la niña que ha tenido que cambiar de instituto en Madrid, por negarse a quitarse el velo al entrar en clase. Y por otro lado, las declaraciones de Fátima Mohamed, edil del PP en el pueblo de Gines, que ha dimitido porque se queja de que el partido ha utilizado su velo para vender la integración. Por lo visto, y según sus palabras, mitin al que esta edil musulmana iba con velo, tocaba posado. O sea, que está bien o está mal, según y cuándo ¿no?

A mi me parece bien que los países laicos intenten evitar, para temas oficiales, las prendas de origen religioso que ocultan la cara y pueden llevar a equívocos, igual que no te permiten presentar una foto para el pasaporte en la que lleves unas gafas de sol.

¿Pero realmente un simple velo juega un papel tan determinante como para que haya que prohibirlo en un colegio? Yo, por ejemplo, tengo una vecina musulmana, que viene con frecuencia a casa a que sus hijas jueguen con las mías y siempre lleva un hiyab en la cabeza (normalmente a juego con el vestido y de unos colores preciosos). A mis hijas nunca les ha parecido ni raro, ni demasiado llamativo, porque jamás me han hecho ningún comentario al respecto. Sin embargo recuerdo lo que me preguntó la mayor, cuando nació su hermana, al ver el crucifijo que colgaba de la pared de la habitación del hospital: Mamá, ¿y ese señor por qué está así?.