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miércoles, 28 de mayo de 2008

ΜΕΤΑΛΛΙΑ, μετάλλια (metália)

MEDALLA: Pieza de metal batida o acuñada, comúnmente redonda, con alguna figura, inscripción, símbolo o emblema. En competiciones la de oro se entrega al que consigue el primer puesto, de plata al que consigue el segundo y de bronce al que consigue el tercero.

He encontrado esta historia en un librito de mitología y me ha llamado la atención. Trata de la creación de la especie humana, y la clasificación me ha hecho pensar en la palabra de hoy:

“La primera estirpe fue la de ORO, que comenzó cuando reinaba CRONOS en el firmamento. Entonces los hombres eran felices como los dioses y no sentían nunca dolor ni pena. No envejecían y morían como quedándose dormidos. Mientras vivían tenían todo lo mejor, porque la tierra les proveía con muchos frutos y ellos los compartían junto con los bienes de que disponían. Cuando dejaban de vivir, se convertían en espíritus buenos, que corrían por el aire y protegían a los demás hombres.

La segunda estirpe fue la de PLATA. Esos hombres no eran ni fuertes ni inteligentes y a los cien años eran todavía niños pequeños que tenían que vivir cerca de sus madres. Después de convertirse en adolescentes vivían poco tiempo. Tenían miedos y penas porque discutían entre ellos y no honraban a los dioses. Zeus, enfadado, los enterró.

Después Zeus hizo la tercera estirpe, la de BRONCE. Los hombres de esta estirpe tenían el corazón duro. Eran fuertes, violentos y obstinados y les gustaba la guerra. Trabajaban el bronce y tenían armas y casas de ese metal. Se mataban con sus propias manos y fueron enviados al Mundo Subterráneo, el reino de Adis”.

Ahora, aquí ya me pierdo porque parece que el cuarto es mejor que los anteriores, o al menos termina en mejor sitio. Pero así lo cuenta mi librito, que va, precisamente, de Héroes.

“La cuarta estirpe que hizo Zeus era justa y valiente. Era la estirpe de los HEROES a los que también se les llamaba SEMIDIOSES. También estos se mataron en salvajes guerras como la de los muros de Tebas o la de la lejana Troya, a donde fueron para liberar a la Bella Helena. Muchos de estos, cuando murieron fueron a las islas de Makari, allí donde la tierra da, tres veces al año, frutos dulces como la miel.

Después llegó la quinta estirpe, la de HIERRO, que vive hoy en la tierra. Los hombres de esta estirpe trabajan día y noche y viven con dolor y pena. De vez en cuanto Zeus decide castigarlos. Entonces sus hijos nacen con el pelo gris y no se parecen a su padre. (?) Nadie quiere ser huésped en sus casas. Nadie quiere ser su compañero ni su hermano. Insultan a sus padres cuando se hacen viejos. Se acusan unos a otros y honran a los criminales. Mienten y tienen celos. Por eso los dioses se han vuelto al Olimpo y los han dejado solos en la tierra con sus miedos y sus penas.


Pues digo yo que si descendemos de esta quinta estirpe… no va a ser para ponernos muchas medallas, la verdad.

miércoles, 14 de mayo de 2008

ΠΕΡΙΠΕΤΕΙΑ, περιπέτεια (peripétia)

PERIPECIA: En el drama, o en cualquier otra composición análoga, mudanza repentina de situación debida a un accidente imprevisto que cambia el sentido de las cosas.

Me llama mi amiga Xenia y me dice: oye, que tengo que ir a Antiparos (una pequeña isla frente a Paros). Tengo que ver la casa en la que vamos a pasar las vacaciones y he pensado que igual te apetece acompañarme. Será algo rápido, vamos a las 8:45 y volvemos a las 14:45, o sea, que a las 15:25 estaremos de vuelta en Atenas, pero al menos nos pegamos una buena comida en una terracita…

Sonaba bien. Un día de relax visitando una isla que no conocía, sin niñas, sin tener que conducir (o sea, disfrutando del estupendo vino blanco casero de las islas griegas)… el día se prometía interesante… ¡y vive dios que lo fue!

A las 7 de la mañana Xenia pasó a buscarme. Llegamos al aeropuerto sin contratiempos. No había terminado de amanecer, pero mucho sol no parecía que fuera a hacer.

En el aeropuerto todo normal. Salvo una señora que iba a pasar por el detector de metales delante de nosotros y cuando se quitó el abrigo casi nos desmayamos del olor. La tendrían que haber detenido por intentar volar con armas químicas.

Llegamos al avión. Xenia, que es muy expresiva, empieza: ¡Oh dios mío!, ¡es el avión más pequeño (9 filas) y más oxidado que he visto en mi vida! (también es un poco exagerada). Entramos. El avión empieza a moverse. Mi amiga me dice “¿no te importará que te coja la mano si siento miedo, verdad?” Claro que no, contesto, aunque pienso que está de coña. Pero no. El avión empieza a mecerse con el viento y ella me agarra la mano con fuerza. Yo le explico que no tiene que tener miedo, que precisamente los aviones más pequeños son los menos peligrosos, ya que pueden planear porque no tienen tanto peso. Ella parece relajarse un poco. Pero ¡ay! Nos vamos aproximando a la isla de Paros y el avioncito empieza a dar unos saltos impresionantes. Yo intento guardar la compostura, pero veo como la tierra se va aproximando y nuestro pajarito lleva un ángulo de 45 grados con el suelo. “No nos vamos a caer” pienso… “pero no se cómo coño vamos a aterrizar si vamos perpendiculares a la pista”… La gente dentro del avión empieza a gritar cada vez que damos un salto… Afortunadamente todo dura relativamente poco y el avezado piloto logra poner el aparato en paralelo a la pista justo antes de tocar tierra. Aleluya. Ya estamos aquí.

Ahora tenemos que coger un taxi que nos lleve hasta el puerto desde donde sale el ferry que cruza a Antiparos, que está a unos 2 kilómetros de distancia. Llegamos. El ferry no sale. ¿Mal tiempo? No. El problema es un catamarán que se ha quedado encallado en la entrada del puerto de Antiparos. Hay que esperar. Xenia empieza a temer que todo el viaje lo hayamos hecho para nada. La cuestión es ver la casa en la que va a pasar las vacaciones con su familia… De repente el ferry sale. ¡Vamos!. ¡Bien!, dice Xenia, al menos veremos la casa, que es para lo que hemos venido. No ha terminado de decirlo cuando nos damos cuenta de que el ferry está girando y vuelve al puerto de partida… No podemos entrar todavía en el puerto de Antiparos. Hay que seguir esperando.

Nos sentamos en el bar del puerto y la camarera nos pregunta si queremos algo. Son las diez, todavía un poco pronto para una cerveza… pero con tanto contratiempo, estoy empezando a necesitarla. Me aguanto.

Al rato el ferry vuelve a pitar. Nos vamos. Y esta vez sí, llegamos a Antiparos y visitamos la casa con Sotiris. Todo muy bien. La casa es muy chula y tiene todo lo que necesitan para el verano. Estupendo. Hala, llévanos de vuelta al puerto, que tenemos que coger al ferry para elegir donde nos vamos a dar el homenaje gastronómico. ¡JA!. El ferry no sale. Hay mal tiempo. Dentro de 6 horas volverán a dar el parte…¡SEIS HORAS!. Ni de coña. ¿Y no habrá algún pescador que nos pueda pasar al otro lado?. Nos quedamos esperando en un pequeño bar donde, ahora sí, me tomo la cerveza. Bueno, no hay que agobiarse. Lo peor que puede pasar es que nos tengamos que quedar a dormir aquí. Afortunadamente en casa lo tenemos todo controlado.

Veinte minutos más tarde aparece Sotiris para decirnos que sí, que un pescador nos llevará en un “kaiki” (barquita de pesca tradicional griega). Genial. Lo que no sabe Xenia es que a mí eso de las olas no me va nada. Ella está toda contenta porque dice que como he sido nadadora, podré cuidar de ella si nos caemos al agua… eso si no me da un infarto, claro (pienso yo).

“El que tenga miedo o no quiera mojarse que se ponga detrás” dice el pescador, pero nosotras, nada, delante, un poquito de agua no nos va a matar. No, un poquito no, pero antes de salir del puerto cogemos una ola que nos cala hasta la ropa interior. Está bien. Nos vamos atrás.

Finalmente llegamos a Paros. El viento sigue soplando. (Esto no es del todo una mala noticia porque así nos secamos). Antes de decidir sobre dónde comer, llamamos varias veces al aeropuerto para ver qué pasa con nuestro vuelo. No nos pueden decir nada concreto. Una hora después nos dicen que está cancelado, y que nos han puesto en lista de espera para otro que sale a las 4.30. Xenia tiembla sólo con pensar en volverse a meter en un pajarraco de esos.

Nos informamos de la salida de los ferrys y nos dicen que hay uno que sale a las 7 de la tarde y llega al Pireo a las 12 de la noche. Dudamos. Finalmente le digo a Xenia: “Mira, yo creo que por alguna razón, las cosas se están poniendo claras para que no cojamos otro avión hoy. Igual es una señal. Y al fin y al cabo lo que queríamos era comer bien en un día de relax. Ya hemos tenido varios sobresaltos, así que yo voto por sacar los billetes del ferry, relajarnos e ir a comer”.

Y así hicimos. Comimos en Naussa, la capital de Paros. En un restaurante junto al puerto. Una comida excepcional. Luego ya solo nos quedó esperar hasta las 7 para meternos en el superbarco donde la mitad del pasaje eran estudiantes que volvían de su viaje de estudios. O sea, que nos “amenizaron” el viaje con cánticos, gritos y carreras. Una maravilla.

Llegamos al Pireo pasada la media noche. Allí nos esperaba el marido de Xenia para llevarnos a casa, sanas y salvas.

Y porque me dio corte, porque poco me faltó para besar el suelo cuando pisamos tierra firme.

martes, 6 de mayo de 2008

ΕΙΔΩΛΟ, είδωλο (ídolo)

IDOLO: Imagen de una deidad objeto de culto. Persona o cosa amada o admirada con exaltación.

Mi ídolo de las últimas semanas se llama Eduard Estivill. Es un médico catalán, especializado en los problemas del sueño. Como todo personaje más o menos público, tiene seguidores y detractores. Pero lo que es cierto es que tiene las llaves del sueño, y eso, cuando se tienen niños pequeños, es como tener las del paraíso.

Yo ya lo sabía porque con mi hija mayor lo probamos y nos sorprendimos al ver que, después de pasarnos unos quince días sin saber qué hacer porque de repente no quería quedarse sola en su habitación y había que dormirla en brazos (con el consiguiente problema de espalda, porque ya tenía año y medio y el angelito pesaba lo suyo), solucionábamos nuestro problema en tres días. Pero pensé que había ido tan bien por lo "leve" del problema.

Con la peque el sufrimiento fue mayor. No dormía más de cuatro horas seguidas desde los 4 meses, y la pediatra nos había aconsejado que no aplicásemos ningún método de llanto controlado (así se llaman), hasta que no tuviera unos diez meses. Aguanté hasta los 9, porque tantos meses sin dormir más de cuatro horas seguidas (en el mejor de los casos; pasé noches de “a hora”) terminan con la paciencia (y con el humor, y con la salud, y con la vida sexual, y con la vida social…) de cualquiera.

El método consiste en enseñar al niño a dormirse solo, sin la presencia de los padres. Eso hace que duerma de un tirón toda la noche porque si se despierta, se vuelve a dormir porque sabe como hacerlo y no necesita llorar para que vengan los padres. Se empieza por darle al niño unos cuantos “referentes” (un muñeco, un chupete, un dibujo…) que estén toda la noche cerca de él y que le hagan “situarse” en el caso de que se despierte por la noche.

Para enseñarle, hay que dejarle en la cuna solo y darle una charla explicándole con voz dulce que le vas a enseñar a dormirse solo y que para ello va a tener la compañía del muñeco, del chupete, del dibujo… lo que se te ocurra, y luego te vas. Lo que sigue, normalmente, es una demostración de capacidad pulmonar, pero tú no te inmutas, sino que esperas un minuto, luego entras en la habitación y le vuelves a echar la charla al niño. Si sigue llorando, vuelves a entrar a los dos minutos, y si sigue, a los tres. Y continúas entrando cada tres minutos hasta que se quede dormido. Digamos que el truco está en que el niño sepa que tu estás ahí, que no está solo, y que vas a entrar las veces que haga falta para que él lo sepa, pero que no le vas a coger. Los niños, que en el fondo son de lo más lógico, suelen llegar a la conclusión de que no vale la pena tanto esfuerzo de llorar para que tu madre te esté dando la vara con la misma cancioncita cada vez que entra, y terminan por dormirse. Si… pero ¿cuánto tardan???

Pues con nuestra hija pequeña pensamos que no iba a ser tan fácil como con la mayor, primero precisamente porque era más pequeña y segundo porque llevaba demostrando durante muchos meses una increíble capacidad para no dormir.

El primer día fue duro; la dejamos en la cuna y lloró 45 minutos (conmigo entrando religiosamente cada tres). Luego se despertó a las dos de la mañana y estuvo llorando casi dos horas (y yo al borde del suicidio, cayéndome de sueño y soltándole la charla cada tres minutos) y se durmió hasta la hora del biberón.

La segunda noche temía una repetición de la anterior, pero la dejé en la cuna y a los cinco minutos se calló (este es el momento en el que entras igual que si estuviera llorando, porque no te lo puedes creer). Durante la noche se despertó un par de veces pero nunca llegó a llorar más de 12 minutos.

La tercera noche, la dejé en su cunita, me miró, me sonrió, se mantuvo calladita mientras le decía la letanía, salí de la habitación, y no hizo ni un ruido… Nos acostamos pensando en lo que pasaría durante la noche y el despertador nos sorprendió por la mañana. Hacía más de 7 meses que nos despertábamos –y muy a menudo- con llantos (a veces, se le unía el mío de pura desesperación). No dábamos crédito.

…Y hasta hoy. Se acabó ponerse nerviosa en el momento en que piensas que tienes que acostar a la niña. Se acabaron las ojeras, el cansancio, la desesperación. Ahora volvemos a ser normales. Salimos, invitamos a amigos y nos apetece irnos a la cama (en todos los sentidos). Y la peque se despierta feliz y las mañanas vuelven a ser divertidas.

Hay gente que dice que lo que vende es un método de maltrato infantil. Pero para mí lo que vende es salud y felicidad. Salud porque en tres días enseña a un bebé a dormir once horas seguidas. Felicidad porque los padres por fin vuelven a tener vida.

Yo respeto todas las opiniones, y quien esté en contra lo tiene fácil: que no lo aplique. Pero vamos, que yo a este hombre le hago un monumento.

(para más información ver http://www.doctorestivill.com/)