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jueves, 2 de abril de 2009

ΠΑΡΩΔΙΑ, παρώδια (paródia)

PARODIA: Imitación burlesca

Esta semana estoy intentando llevar a cabo unas cuantas gestiones (nótese que digo intentando). En algún otro lugar de este blog he hecho ya referencia a lo difícil que te pueden poner las cosas aquí (ver “periplo”).

Bueno, pues hace unas semanas me enteré de la existencia de unas oficinas llamadas KEP (centros de servicio al ciudadano), que existen en cada municipio, donde se centralizan temas burocráticos evitando tener que ir de ventanilla en ventanilla. Me sorprendió, al ir al correspondiente a mi municipio, que estuviera casi vacío. O la gente no los conoce, o no funcionan, pensé.

Entre las cuestiones que quería preguntar en este centro estaba la renovación y la emisión respectivamente, del pasaporte de mis hijas. Me informaron de que todo el tema de los pasaportes me lo solucionaría la policía, que fuera a la comisaría más cercana (que, afortunadamente, es realmente cercana). Fui. Me atendió un joven policía que enseguida sacó un papel del cajón y me señaló lo que tenía que presentar, a saber: Certificado de nacimiento de las niñas, fotografía, 63 € y la presencia de ambos padres en el momento de la gestión. (Me pregunto por qué los dos, pero bueno.) Llevaba yo conmigo un documento que aquí llaman “certificado familiar” y donde constan los datos de mi marido, los míos, de nuestra boda y los datos de inscripción de las niñas. ¿Esto no vale? Le pregunto. No, me contesta amablemente, esto es familiar, pero aquí pone donde están inscritas las niñas, en el municipio de Atenas y allí es donde tiene que solicitar el certificado.

Cuando le conté a mi marido mis pesquisas, me recomendó que volviera al KEP, porque allí seguramente me podrían hacer la gestión de solicitar el certificado, y no tendría que desplazarme al centro.

Volví ayer, y le dije a la señorita que necesitaba solicitar unos certificados de nacimiento. “¿Para qué?” me dice (ya me lo imaginaba yo) Para hacerles los pasaportes a mis hijas, contesto. “Eso es en la policía” (hala, ya estamos). “Fui ayer, y me dijeron que necesito los certificados” (no me libra ni dios de irme al centro Atenas) “Pero es que lo tienen que pedir ellos” insiste la señorita. Al ver mi cara de “estupendo, me van a tener de un lado a otro y al final lo voy a tener que sacar yo” me explicó que existía una ley que decía que si un organismo solicitaba un certificado de otro organismo, estaban obligados a tramitarlo ellos, y me instó a que se lo recordara al policía.

Yo, camino de la comisaría, iba pensando cómo iba a decirle en griego al poli, que sin duda se iba a negar, que me lo pusiera por escrito para que la del KEP no me volviera a mandar a ellos. Llegué y encontré al mismo agente. ¿Se acuerda de mí?, vine ayer. Le dije. Sí, claro que me acuerdo, me contestó. Le expliqué entonces lo que pasaba y, ante mi total alucine, chasqueó la lengua en un gesto de “la madre que parió a la del KEP”, me indicó que me sentará, se fue al despacho de al lado, y volvió con unos formularios, los rellenó con los datos de mi certificado familiar y me dijo que el lunes tendría los certificados de nacimiento, que viniera con las fotos, las niñas y mi marido, y me harían los pasaportes.

¿Y qué le dijiste? Me preguntó mi marido cuando le contaba la historia. Pues pensé en decirle de todo, menos bonito, pero no pude decir nada. Me quedé muda al ver la desfachatez del funcionario público, que por no perder diez minutos de su tiempo (trabajando, por otro lado), me hubiera mandado sin ningún cargo de conciencia a peregrinar por las ventanillas del registro civil de Atenas.

Grecia es, en general, un país bello, agradable, interesante y en el que merece la pena vivir, pero en algunas “particularidades” se convierte en una parodia.