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miércoles, 10 de octubre de 2007

ΑΝΩΜΑΛΙΑ - Ανωμαλία (Anomalía)

Anomalía: Malformación, alteración biológica, congénita o adquirida.

Las doce del medio día. Volvemos de hacer la compra, que, como suele pasar cuando se muda uno, es cuantiosa y nos ha dejado exhaustos. Qué gran ventaja esa de tener garaje y poder subir la compra directamente a la cocina. O eso pensamos, porque cuando llegamos a nuestra calle nos encontramos con que un coche (un Toyota) está aparcado (por decirlo de alguna manera) en la entrada a nuestro garage, tapando, de paso, parte de la acera. Vamos, que un peatón tendría que salirse a la calle para poder seguir caminando.

La sangre se me empieza a calentar, pero pienso: "si alguien es capaz de dejar el coche así, será porque está muy cerca", y comienzo a darle al claxon. Primero un toque cortito... nada. Otro algo más largo... nada. Noto como el corazón se me va acelerando mientras sigo dándole al claxon cada vez con más ganas... nada. ¡¿Nada?!, pero cómo es posible que alguien tenga tanto morro! ¡Es que se merece que le pinchemos una rueda! Y venga a darle al claxon. Mi marido, que además de estar cabreado con la situación, se está poniendo de los nervios con mi insistencia en tocar el pito, me pide que baje del coche, mientras él empuja al Toyota con el nuestro de manera que, aunque lo deja en medio de la acera, permite la entrada al garaje.

Mientras él aparca, yo sigo esperando a que aparezca la dueña (lo siento, pero tengo el pálpito de que es una mujer, que seguramente está en la tienda de Armani, o de Christofle, que quedan aquí al lado) para que al menos tenga que pasar la verguenza de mirarme a la cara. Pero nada. Mi marido me dice que le ayude con la compra, pero la sangre que me está hirviendo en las venas no me deja oirle. "¿Pero como se puede tener tanta caradura? O sea, que ve que es un garaje, que tiene un NO APARCAR tamaño familiar y la gualdrapa de ella ni siquiera está pendiente. Yo es que tengo que hacer algo, es que esto no puede quedar así..." Mientras pienso esto (y lo digo, porque el cabreo es tal que estoy hablando sola en alto), siento que se despereza la macarra que llevo dentro, que agarra con fuerza el llavero y que llevado por una mano que en ese momento no me parece la mía, hace un rallajo junto al cerrojo del Toyota. Mi marido, que en ese momento sale del garaje, me ve y monta en cólera. "¿¡Pero cómo eres capaz de hacer eso!? ¿¡No te das cuenta de que te estás poniendo a su altura!?" y me hace entrar en casa con un cabreo monumental.

Dentro, la tenemos. Que si eso no se hace en ningún caso. Que si rallar un coche es de lo peor. Que si qué pretendo conseguir con eso... "Pues que escarmiente y no lo haga más" digo, indignada"Que se corra la voz de que, coche que aparca en nuestra entrada, coche que se lleva un rallajo".

Mi marido no comparte mi razonamiento y decide no seguir con la discusión vista la imposibilidad de convencerme.

Siguen pasando los días y me voy dando cuenta de que lo de aquella señora (sigo suponiendo, puesto que no la he visto en ningún momento) no es un caso aislado. Cada día, cuando llevo a mi hija de dos años a la guardería, veo que aquello no había sido una excepción, sino que es la regla. Voy porfiando a la vez que empujo el carrito, sorteando coches subidos a la acera que bloquean entradas a casas, a garages y a establecimientos comerciales. Tanto porfío que hasta mi hija cuando ve un coche cortándonos el paso, dice "Madre mía, no cabemos, ¡qué manía con los coches!", copiando la frase que repito y repito.

No me acostumbro, pero me va sorprendiendo menos la actitud. Decido que los atenienses, o bueno, por no generalizar, los habitantes de Kifisiá, que es el barrio donde vivo, tienen esa anomalía. Son incapaces de entender que no se estaciona en las aceras cortando el paso, o que si en un garaje hay una señal de no aparcar, será por algo.

Intento llevarlo mejor, pero no puedo... sobre todo cuando uno de esos días llego de recoger a la niña y me encuentro otro coche atravesado en la entrada de mi garaje. Según me voy acercando voy alterandome... vaya, qué casualidad, del mismo color que el de la señora. Vaya, qué casualidad, de la misma marca que el de la señora. Vaya, qué casualidad, con el mismo rallajo que el de la señora... Meto la mano en el bolso y encuentro las llaves, pero como soy una persona civilizada, las suelto y en su lugar cojo un post-it en el que escribo "La próxima vez llamo a la policía" y lo pego encima de la cerradura.

Al buen rato (he estado pendiente mirando por la ventana), veo que se acerca al coche una señora (lo sabía) con muchas bolsas de tiendas de renombre. Abro la puerta del garage para que me vea y al menos pase un mal rato. Me la quedo mirando con gesto de "cómo no se le cae la cara de verguenza", pero la señora no se inmuta, lee la nota, me la devuelve, se mete en el coche y se va.

Estoy tan sorprendida que ni siquiera puedo enfadarme. Llamo a mi marido para contarle la anécdota y pedirle que consiga un sistema de bolardos que impida que nadie aparque en nuestra acera y en mi agenda escribo "Al volver a España, ponerme en contacto con La Gitanilla para que me enseñe unas cuantas maldiciones". Y a ver si eso funciona.