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martes, 26 de mayo de 2009

ΚΡΕΤΙΝΟΣ, κρετίνος (cretínos)

CRETINO: Que padece cretinismo. Enfermedad caracterizada por un peculiar retraso de la inteligencia acompañado, por lo común, de defectos de desarrollo orgánico. Estupidez, idiotez, falta de talento.

El piso que tenemos en Madrid está en un edificio antiguo, en el que muchos de los pisos están ocupados por oficinas. Los que no lo están, los habitan cuatro o cinco familias, de avanzada edad por lo general, que los recibieron en herencia de manos del antepasado que alguna vez poseyó todo el edificio, por lo que casi todos están emparentados.

A las normales diferencias de opinión que se suelen dar en las juntas de comunidades de vecinos, se suelen unir, en la nuestra, las desavenencias familiares, y las típicas cabezonerías de algunos señores ya muy mayores, que tienen cierta dificultad para aceptar cambios o iniciativas no propuestas por ellos.

Nosotros, desde que compramos la casa en 2001, siempre –y únicamente- nos hemos quejado de una cosa: La regla no escrita, pero meticulosamente cumplida por todos ellos, de cerrar
el portal con llave cuando no está el portero, de manera que sólo se pueda abrir de igual forma y no con el portero automático.

Siempre que planteábamos nuestra queja, nos respondían diciendo que era la mejor medida de seguridad, que así se evitaban robos. De nada sirvió, durante los cinco años que hemos vivido allí permanentemente, que les explicásemos que si querían seguridad, lo mejor era que reforzaran las puertas de sus pisos, o que se instalasen una alarma. Pero que lo que hacían, lejos de hacernos estar más seguros, nos ponía justo en la situación contraria, ya que en el caso de una emergencia, un fuego, por ejemplo, podíamos quedarnos todos encerrados (o por lo menos todos los que no tenían llave de la cerradura). Eso por no hablar de las incomodidades que la medida nos ha hecho aguantar todos estos años: Tener que bajar a abrir (tanto para que entraran como para que salieran) cada vez que teníamos invitados en casa. O tener que coger a la niña dormida de la cuna para bajar a abrir y no dejarla sola.

Y qué decir de situaciones, más graves, que me podía imaginar: ¿Qué hubiera pasado si me hubiese caído en casa y me hubiese, por ejemplo, roto una cadera, con la buena suerte de poder llamar al Samur? ¿Cómo habría hecho para que subieran a socorrerme si no podía abrir la puerta?

Ante el planteamiento en las juntas de estas sencillas escenas, nuestros vecinos decían que les podían a llamar a ellos (e incluso pasaron una circular con los teléfonos) y que ellos abrirían. Si, vale, pero, ¿y si no estaban en casa?.

En fin, que era como hablar a una pared y lo único que conseguimos en esos todos esos años es que nuestra queja constara en acta.

Yo le propuse a mi marido que interpusiéramos una denuncia por incumplimiento de las normas de seguridad, pero él, siempre huyendo de la polémica, decía que no merecía la pena meterse en camisas de once varas, que al fin y al cabo vivíamos en el mismo edificio y no quería estar enfrentado a todos los vecinos.

Así que seguimos sufriéndolo mientras nos encomendábamos a los dioses del olimpo para que no sucediera ninguna desgracia.

Bueno, pues este fin de semana lo hemos pasado en Madrid, en nuestra casa, y en una de las ocasiones en que salíamos a la calle coincidimos con el presidente de “esta nuestra comunidad”. Nos saludó amablemente, nos dio la bienvenida, y se puso a explicarle a mi marido las mejoras que se habían hecho en la finca aprobadas en la última junta a la que no pudimos asistir por estar viviendo en Atenas. Yo estaba controlando a las niñas y no prestaba mucha atención a lo que le contaba.

Hasta que llegamos al portal. Allí, este buen señor, nos informó que “habían decidido” (para mí que ha habido presiones, y no han sido mías) no cerrar el portal con llave (aquí empecé a prestar atención) porque “se habían dado cuenta” de que no toda la gente que quería salir tenía llave del portal (impresionante deducción) y así no había que estar bajando todo el rato y que además, si la cerraban, la casa se transformaba en una ratonera si había, por ejemplo, un fuego.

Tanto a mi marido como a mñi nos pasó lo que nos suele pasar en estos casos, que nos quedamos tan alucinados que no nos salían las palabras. Yo sólo alcancé a decir: “Albricias, después de tantos años ya era hora, con todos los paseos que nos ha tocado darnos”, a lo que el buen señor me contestó: “pero mira lo bien que te ha venido, lo delgadita que estás”. Para darle de hostias.

O sea, que no sólo nos quiso convencer de que en el fondo la idea había sido suya, sino que no me podía quejar, porque mientras que habían seguido en sus trece, a mí la medida (o al menos a mis piernas), me había venido estupendamente.

Será cretino el tío.