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jueves, 3 de junio de 2010

ΑΜΝΗΣΤΙΑ, αμνηστία (amnistía)

AMNISTÍA: Olvido legal de delitos, que extingue la responsabilidad de sus autores.

Siempre interpreté esta palabra como algo positivo. La idea del perdón, del indulto, de la gracia, la he relacionado con algo bueno, con ausencia de ganas de castigar, con ansia de olvido.

Hay un cuadro que me apasiona. Su autor, Juan Genovés, cuando lo pintó lo bautizó como “El Abrazo”, pero siempre se le conoció como “Amnistía” ya que la organización “Anmistía Internacional”, hizo unos pósters con él. En el cuadro, se ve a un grupo de gente que se funde en abrazos tras una amnistía. Esa imagen se quedó grabada desde niña, y siempre me emociona verlo.

Sin embargo, en  estos días, hay otra palabra que es mucho más recurrente. La oigo cuando hablo de la crisis con gente de aquí, de Grecia; cuando observo atónita en la televisión el asalto israelí a la flotilla humanitaria que íba a Gaza; cuando se descubre el penúltimo fraude de algunos políticos; cuando surge una vez más la noticia de un cura abusador. La palabra es castigo.

No quiero olvido entonces, no quiero gracia ni indulto: quiero castigo. El pueblo griego tiene que ceñirse el cinturón porque unos políticos corruptos hicieron de su capa un sayo con el dinero de todos. Los palestinos tienen que seguir sufriendo ocupaciones y atentados por parte de todo un Estado Soberano. Los líderes políticos  de nuestro país, sobre todo alguno, ningunean las operaciones ilegales de sus acólitos esperando que una palabra de nuestros –tan demostradamente- neutrales jueces las haga caer en el olvido. Y la Iglesia Católica usa eufemismos y subterfugios para no reconocer que está podrida por muchas partes.

No me gusta el castigo, siempre temo que no sea justo, pero creo firmemente que todos tenemos que aprender, desde pequeñitos, que, si bien podemos hacer lo que queramos (el famoso libre albedrío que tanto les gusta a las religiones), nuestros hechos tienen unas consecuencias que tenemos que aceptar. Yo intento enseñárselo así a mis hijas. Creo que, si no se tiene claro el concepto, o si esas consecuencias nunca llegan, podemos llegar a la falsa creencia de que lo que hemos hecho, está bien. Y sobre todo, que podremos hacerlo todas las veces que queramos.

Ese es el miedo que tienen los griegos en el cuerpo: vale, nosotros aceptamos que nos bajen el sueldo y nos dejen sin pensiones, pero ¿es que los culpables de la situación se van a ir de rositas?. Los de la flotilla de Gaza, pensarán: vale, está muy bien que la ONU condene el ataque, pero ¿nadie le va a poner a Israel los puntos sobre las íes?. El concejal del ayuntamiento a quien han rebajado el sueldo, pensará en el bien de España mientras renuncia a la cena en el restaurante caro, pero también dirá: vale, yo me quedo en casa, pero ¿tendré que aguantar que el alcalde o el presidente de la comunidad se coman un bogavante en el yate de lujo mientras que yo me conformo con un huevo frito? Para qué decir de la señora que va a misa a contarle al señor del confesionario que ha sido mala porque le ha gritado a su nieto sin razón y que en su cabeza tendrá: vale, yo paso el mal rato de contarle a un desconocido mis trapos sucios, pero ¿estará seguro mi nieto si le llevo a catequesis?.

Decía Arturo Graf (1848-191) Escritor y poeta italiano): "Las naturalezas inferiores repugnan el merecido castigo; las medianas se resignan a él; las superiores lo invocan".

¿De qué naturaleza somos, entonces?