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lunes, 27 de septiembre de 2010

ΑΙΝΙΓΜΑ, αίνιγμα (énigma)

ENIGMA: (Del lat. aenigma, y éste del griego αίνιγμα) m. 1. Dicho o conjunto de palabras de sentido artificiosamente encubierto para que sea difícil entenderlo o interpretarlo // 2. Dicho o cosa que no se alcanza a comprender, o que difícilmente puede entenderse o interpretarse.
Por favor, que alguien me lo explique. Ya lo había oído en un video muy interesante que me mandaron por internet, en el que el diputado de los Verdes en el Parlamento Europeo, Cohn Bendit, denunciaba que la culpa de la corrupción política en Grecia era de todos. Que Europa prestaba dinero a Grecia a cambio de que le comprase armas.
A mí su discurso me pareció muy lógico, aunque tengo que reconocer que en el fondo, dudaba de la veracidad. ¿Pero cómo va a ser? ¿no será otra de esas teorías de la conspiración?.
Pues parece que no. Ayer, el diario El País publicaba un artículo sobre el tema, con muchos más datos de los que le dio tiempo a mostrar al eurodiputado.
Según este artículo, a la vez que Angela Merkel aprobaba ayudas de 22.400 millones de euros para contribuir al rescate de Grecia, los fiscales de Munich comenzaban a investigar a intermediarios alemanes que habrían pagado millones de euros a políticos griegos para asegurarse la venta de submarinos.
La investigación ha destapado que, a pesar de la desoladora situación en que se halla Grecia, Alemania (y en parte Francia) quieren seguir vendiéndole armamento. Y lo que es peor, Grecia, que parece vivir bajo una constante amenaza fantasma con la vecina Turquía, está dispuesta a comprarlo.
El artículo se pierde a continuación en un baile de números que resultan casi escalofriantes. Y presenta unos datos para los que mi inteligencia no da. Por ejemplo, se habla del astillero griego de Skaramanga, que, aún siendo el más grande del Mediterráneo, viene registrando pérdidas desde los años ochenta debido a la feroz competencia de japoneses, chinos y coreanos que producen a precios inferiores. Y para que no se pierdan casi 2000 puestos de trabajo, Grecia cede a una oferta de una empresa alemana que le plantea la “ayuda” así de clarito: “Tú te comprometes a comprar cuatro submarinos por valor de 1.850 millones, y yo te rescato el astillero”. Y digo yo, ¿por qué no intenta Grecia rescatar ese astillero con el dinero de los submarinos?
Recomiendo encarecidamente la lectura del artículo. Y después, como he dicho al empezar, si lo entendéis, por favor,me lo explicáis.
Al leerlo, junto al a palabra “enigma”, pensaba en otra palabra también griega, pero que no cumple con las reglas de este blog, es decir, que se escriba y diga prácticamente igual en las dos lenguas. Y una vez más, la lengua griega me sorprende con su exactitud. Las definiciones que he encontrado en torno a la palabra Paradoja (παράδοξο) hablan por sí solas:  : 1. Idea extraña y opuesta a la común opinión y al sentir de las personas. 2. Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera. (παραδοξολογία): Desatino, dislate, absurdo. (παραδοξολόγος): Cuentista, embaucador.
Mientras escribo esta entrada tengo puesta música clásica, que me relaja y me inspira. Y mira tú por dónde que en el preciso momento en que estoy escribiendo las definiciones anteriores, empieza a sonar la novena sinfonía de Beethoven, conocida como la “Oda a la Alegría” y que fue adoptada como himno por la Unión Europea. Su preciosa melodía entra en mi cabeza y se mezcla con palabras: desatino, dislate, absurdo, cuentista, embaucador, Grecia, crisis, parados, huelga, Alemania, Francia, rescate, corrupción...
Demasiado para mí. Ahora suena “Meditation”, de Massanet.

martes, 21 de septiembre de 2010

ΤΑΡΙΦΑ, ταρίφα (tarífa)

TARIFA:  (Del ár. hisp. ta‘rífa, y este del ár. clás. ta‘rīfah, de ta‘rīf, definición).

1. f. Tabla de precios, derechos o cuotas tributarias.
2. f. Precio unitario fijado por las autoridades para los servicios públicos realizados a su cargo.
3. f. Montante que se paga por este mismo servicio.

¡Qué mala leche se me puso ayer al llegar a Atenas!. No… no es que haya estado de vacaciones hasta ayer. Pero entre que las niñas no empezaron el colegio hasta el ocho de septiembre y que yo sabía que tenía esta escapada (y en solitario) de fin de semana a Madrid, hasta hoy no he empezado oficialmente la temporada literaria.

El caso es que venía yo de pasar un fin de semana genial en Madrid donde había estado con amigos de fiesta, con familia también de fiesta, tapeando por el centro e incluso teniendo la oportunidad de ver un Atleti-Barça en un bar (pena de resultado) y recorrerme la calle de Alcalá desde la Puerta de Alcalá hasta Sol por medio de la calle y sin un solo coche (estaba cortada por la Vuelta Ciclista), cuando aterricé todavía tocada por la “morriña” pero con muchas ganas de ver a la familia y reincorporarme a mis rutinas.

Me hubiera gustado encontrarme en el aeropuerto a mi marido, y así hacerme más llevadera la readaptación, pero estaba trabajando y me tuve que coger un taxi.

El conductor parecía la versión helena de “El chico de la Peca”, con unas gafas Rayban de montura de plástico blanca, vaqueros pitillo y camiseta “fashion”. “¿A dónde vamos?”. Le doy la dirección y se aventura, cual Torrente “apatrullando” la ciudad, a toda mecha por Attiki Odos, la autopista que lleva al aeropuerto. Cuando llegamos al peaje se situa en la cola por la que pasan los coches que llevan un dispositivo de pago automático y casi sin poder dar crédito a mis ojos, veo que el tío, en el momento en que el coche de delante se empieza a mover, se pega a su culo y sin dar oportunidad a que se cierre la barrera, se cuela.

“¡Mira que listo!”, pienso. Seguimos el trayecto rozando los 180 km/h, conmigo agarrada con frenesí a la puerta y bandeando coches a un lado y a  otro para terminar colándose de nuevo por delante de los coches que salían de la autopista respetando las reglas. “Hala, porque yo lo valgo” vuelvo a pensar.

Llegando a mi calle le informo que debe seguir hasta la próxima porque el giro a la izquierda está prohibido y me dice “Si quieres giro por aquí, que a mí me da lo mismo” “No – le contesto- sigue a la próxima”. “De verdad, que a mi no me importa” –insiste- Y yo: “Qué no -ya bastante calentita, la verdad, y añado : Prefiero las cosas bien hechas”.

Sea porque cometiera un error gramatical al decírselo, sea porque le debió sonar muy raro –al fin y al cabo este país es como es- que alguien prefiriera cumplir las reglas, lo siguiente que hizo fue preguntarme que de dónde era. “Española”, le contesto. “Mira que bien –dice todo extrañado- y hablas griego y todo”. Sí –pienso yo- existe inteligencia fuera de Grecia, aunque te cueste creerlo.

En estas llegamos a mi calle y miro el taxímetro: 27,50 €. Tengo un billete de 50€, así que me tendrá que dar cambio. El tío se da la vuelta y me dice: 35€…. ME LO VEÍA VENIR. Yo, haciéndome la tonta le pregunto que a qué se debe la diferencia con el taxímetro y el energúmeno de él, en plan chulo, me contesta “y me lo preguntas (supongo que el hecho de saber griego me había hecho subir puntos en su baremo de inteligencia, y ahora estaba decepcionado) ¿es que no sabes que hay suplemento de aeropuerto?”. Le contesto que sí, que lo sé perfectamente, pero que también sé que no son 7,50€. Con un gesto de “estoy perdiendo la paciencia” me larga la tarjeta dónde están las tarifas y me dice “mira”. Puedo ver, muy claramente, que en la tarjeta pone: “suplemento aeropuerto: 3.77 €”. “Muy bien, contesto, y ¿el resto?”. Y me dice lo que estaba esperando oír desde hacía ya un rato: “el resto es el peaje”.

“¡Pero bueno! –le digo- ¡Pero si no lo has pagado!” y él: ¡¿Pero hemos pasado o no hemos pasado?!” “Pasar hemos pasado, pero si tú no lo pagas, no sé por qué lo tengo que pagar yo.” Me pone en la mano los 15 € de vuelta y me dice “eso no importa, el caso es que lo tienes que pagar” y acto seguido, se baja del coche y abre el maletero para sacar la maleta.

Barajo por un momento ponerme a armar el número en medio de la calle, pero como siempre, me arredra mi –aún- escaso vocabulario en insultos y el miedo a que no saque la maleta y se la lleve, así que me limito a quedarme en medio de la calle, repitiendo bien alto  la matrícula y haciendo gestos como si estuviera echando una maldición gitana, mientras el cabrón del “tarifas” -que es como llaman aquí a los taxistas- se marcha a timar a otro.

Ahora me explico porqué en un programa de “Madrileños por el Mundo” cuando a una de las invitadas le preguntaban qué echaba de menos de Madrid, respondió que los taxistas de allí (cuando todos sabemos que los de allí –los antiguos “pelas”, por seguir con la lexicología- no son tampoco un ejemplo para nadie)

Parada en medio de la calle y con la sangre hirviendo, no es que eche de menos a los taxistas de Madrid… ¡es que echo de menos hasta a Gallardón! (que ya son ganas de echar de menos). ¡Por los dioses del Olimpo! ¡Qué maravilloso país sería éste si no hubiera tanto listo!

(P.D. Los que viven aquí y saben lo que cuesta el peaje, se habrán dado cuenta de que el indeseable de él –mal rayo le parta- también se llevó puesta la propina.)