Gramática Griega on Facebook

miércoles, 14 de mayo de 2008

ΠΕΡΙΠΕΤΕΙΑ, περιπέτεια (peripétia)

PERIPECIA: En el drama, o en cualquier otra composición análoga, mudanza repentina de situación debida a un accidente imprevisto que cambia el sentido de las cosas.

Me llama mi amiga Xenia y me dice: oye, que tengo que ir a Antiparos (una pequeña isla frente a Paros). Tengo que ver la casa en la que vamos a pasar las vacaciones y he pensado que igual te apetece acompañarme. Será algo rápido, vamos a las 8:45 y volvemos a las 14:45, o sea, que a las 15:25 estaremos de vuelta en Atenas, pero al menos nos pegamos una buena comida en una terracita…

Sonaba bien. Un día de relax visitando una isla que no conocía, sin niñas, sin tener que conducir (o sea, disfrutando del estupendo vino blanco casero de las islas griegas)… el día se prometía interesante… ¡y vive dios que lo fue!

A las 7 de la mañana Xenia pasó a buscarme. Llegamos al aeropuerto sin contratiempos. No había terminado de amanecer, pero mucho sol no parecía que fuera a hacer.

En el aeropuerto todo normal. Salvo una señora que iba a pasar por el detector de metales delante de nosotros y cuando se quitó el abrigo casi nos desmayamos del olor. La tendrían que haber detenido por intentar volar con armas químicas.

Llegamos al avión. Xenia, que es muy expresiva, empieza: ¡Oh dios mío!, ¡es el avión más pequeño (9 filas) y más oxidado que he visto en mi vida! (también es un poco exagerada). Entramos. El avión empieza a moverse. Mi amiga me dice “¿no te importará que te coja la mano si siento miedo, verdad?” Claro que no, contesto, aunque pienso que está de coña. Pero no. El avión empieza a mecerse con el viento y ella me agarra la mano con fuerza. Yo le explico que no tiene que tener miedo, que precisamente los aviones más pequeños son los menos peligrosos, ya que pueden planear porque no tienen tanto peso. Ella parece relajarse un poco. Pero ¡ay! Nos vamos aproximando a la isla de Paros y el avioncito empieza a dar unos saltos impresionantes. Yo intento guardar la compostura, pero veo como la tierra se va aproximando y nuestro pajarito lleva un ángulo de 45 grados con el suelo. “No nos vamos a caer” pienso… “pero no se cómo coño vamos a aterrizar si vamos perpendiculares a la pista”… La gente dentro del avión empieza a gritar cada vez que damos un salto… Afortunadamente todo dura relativamente poco y el avezado piloto logra poner el aparato en paralelo a la pista justo antes de tocar tierra. Aleluya. Ya estamos aquí.

Ahora tenemos que coger un taxi que nos lleve hasta el puerto desde donde sale el ferry que cruza a Antiparos, que está a unos 2 kilómetros de distancia. Llegamos. El ferry no sale. ¿Mal tiempo? No. El problema es un catamarán que se ha quedado encallado en la entrada del puerto de Antiparos. Hay que esperar. Xenia empieza a temer que todo el viaje lo hayamos hecho para nada. La cuestión es ver la casa en la que va a pasar las vacaciones con su familia… De repente el ferry sale. ¡Vamos!. ¡Bien!, dice Xenia, al menos veremos la casa, que es para lo que hemos venido. No ha terminado de decirlo cuando nos damos cuenta de que el ferry está girando y vuelve al puerto de partida… No podemos entrar todavía en el puerto de Antiparos. Hay que seguir esperando.

Nos sentamos en el bar del puerto y la camarera nos pregunta si queremos algo. Son las diez, todavía un poco pronto para una cerveza… pero con tanto contratiempo, estoy empezando a necesitarla. Me aguanto.

Al rato el ferry vuelve a pitar. Nos vamos. Y esta vez sí, llegamos a Antiparos y visitamos la casa con Sotiris. Todo muy bien. La casa es muy chula y tiene todo lo que necesitan para el verano. Estupendo. Hala, llévanos de vuelta al puerto, que tenemos que coger al ferry para elegir donde nos vamos a dar el homenaje gastronómico. ¡JA!. El ferry no sale. Hay mal tiempo. Dentro de 6 horas volverán a dar el parte…¡SEIS HORAS!. Ni de coña. ¿Y no habrá algún pescador que nos pueda pasar al otro lado?. Nos quedamos esperando en un pequeño bar donde, ahora sí, me tomo la cerveza. Bueno, no hay que agobiarse. Lo peor que puede pasar es que nos tengamos que quedar a dormir aquí. Afortunadamente en casa lo tenemos todo controlado.

Veinte minutos más tarde aparece Sotiris para decirnos que sí, que un pescador nos llevará en un “kaiki” (barquita de pesca tradicional griega). Genial. Lo que no sabe Xenia es que a mí eso de las olas no me va nada. Ella está toda contenta porque dice que como he sido nadadora, podré cuidar de ella si nos caemos al agua… eso si no me da un infarto, claro (pienso yo).

“El que tenga miedo o no quiera mojarse que se ponga detrás” dice el pescador, pero nosotras, nada, delante, un poquito de agua no nos va a matar. No, un poquito no, pero antes de salir del puerto cogemos una ola que nos cala hasta la ropa interior. Está bien. Nos vamos atrás.

Finalmente llegamos a Paros. El viento sigue soplando. (Esto no es del todo una mala noticia porque así nos secamos). Antes de decidir sobre dónde comer, llamamos varias veces al aeropuerto para ver qué pasa con nuestro vuelo. No nos pueden decir nada concreto. Una hora después nos dicen que está cancelado, y que nos han puesto en lista de espera para otro que sale a las 4.30. Xenia tiembla sólo con pensar en volverse a meter en un pajarraco de esos.

Nos informamos de la salida de los ferrys y nos dicen que hay uno que sale a las 7 de la tarde y llega al Pireo a las 12 de la noche. Dudamos. Finalmente le digo a Xenia: “Mira, yo creo que por alguna razón, las cosas se están poniendo claras para que no cojamos otro avión hoy. Igual es una señal. Y al fin y al cabo lo que queríamos era comer bien en un día de relax. Ya hemos tenido varios sobresaltos, así que yo voto por sacar los billetes del ferry, relajarnos e ir a comer”.

Y así hicimos. Comimos en Naussa, la capital de Paros. En un restaurante junto al puerto. Una comida excepcional. Luego ya solo nos quedó esperar hasta las 7 para meternos en el superbarco donde la mitad del pasaje eran estudiantes que volvían de su viaje de estudios. O sea, que nos “amenizaron” el viaje con cánticos, gritos y carreras. Una maravilla.

Llegamos al Pireo pasada la media noche. Allí nos esperaba el marido de Xenia para llevarnos a casa, sanas y salvas.

Y porque me dio corte, porque poco me faltó para besar el suelo cuando pisamos tierra firme.